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Correo a un amigo hattrickero

Parece mentira, pero Hattrick se volvió real. Lo sé porque lo he vivido en carne propia, ya no es una simple obsesión, o cosa de mis nervios (como dijiste el otro día con tus burlas), no: Hattrick es real. Me basta con salir de mi casa para comprobarlo. Es más, me basta con salir de mi pieza para verlo a través de las ventanas: antes solía tener vista al mar, ahora sólo hay canchitas de pasto sintético y focos para alumbrarlas por la noche, enrejados, muros, casetas, conos naranjos. Y una insoportable sensación de estar encerrado entre muros.

Mi mamá se topó con los hinchas en la entrada (otra vez), hace tres semanas, en la previa del clásico. Alentaban, pedían que los dejaran pasar para hacer el banderazo en el entrenamiento del viernes. Mi mamá los vio, recibió abucheos y malas palabras. Me echó la culpa y me dijo que hiciera algo para controlar tanto desorden, que si yo era el presidente cómo no me ponía las pilas, me retó, casi me castiga, imagínate. Así que no me vengas con que estoy alucinando, hermano, Hattrick es tan real como que te estoy escribiendo un correo desesperado, simplemente porque ya no sé qué hacer y ahora será el caos, me dicen que no da para más, que renuncie, que venda, que me vaya por la buena o por la mala. Yo que lo di todo por el Club, irme así nomás, a la primera mala racha... bueno, no es la primera, sí la peor...

Pero a ver: ¿Quién los llevó a III con jugadores formados en casa? ¿Quién demostró que en este chiquitito rincón de Chile, despreciado, lejano, acostumbrado a las derrotas, también puede haber un equipo de fútbol que gane campeonatos y haga celebrar a su gente? Tú sabes quién fue. Merezco otra oportunidad. Pero ellos no atienden razones y sólo responden con más odio, cánticos ofensivos en el estadio, mensajes por Twitter, memes humillantes. Facebook se ha vuelto una pesadilla. Ya no puedo salir a la calle si no es por la puerta trasera: ayer me tiraron piedras, ¡Piedras, como a un vil policía! Malagradecidos. Sinvergüenzas. Hinchas de cartón (que no me escuchen, Dios...).

Hattrick se volvió real. Me cuesta pensar en los días felices sin sentirlos como un encadenamiento de hechos fatales, como si de felices no tuvieran nada, solamente ingenuidad y locura. Mucha locura. Pienso y se me hace remoto el día en que me entregaron el Club. Entonces todavía se reducía a una pantalla de computador, conexión a internet, la paginita verde, pelear VI, entrenar porteros... Un juego, como el Starcraft o el dominó. Tú empezaste mucho antes y sin embargo te superé rápidamente, pronto quedó claro quién estaba destinado a las grandes hazañas: te cambiaste a mi liga y sólo una vez me ganaste, de local y MOTS incluido. Aprendí las artes del planteamiento, te comiste una boleta, yo era todo golear, a la segunda temporada gané la liga, a la tercera gané la promoción y no fue difícil mantenerme en V. Crecía el Club de Hinchas, la expectativa, el estadio, todo crecía: mi fama también. Yo conocía a la farándula criolla, y la farándula criolla conocía mis pasos, por conferencia y reuniones, por la prensa, por el mercado de transferencias. Qué triste se oye ahora, cuando no vale de nada y el mundo entero me da la espalda.

Si no me falla la memoria, fue en mi octava temporada cuando empezó esta historia (no la del Club, sino la invasión de Hattrick a la vida real). Fue un día en que llegué del liceo y no estaba mi mamá. Prendí las luces, pasé al baño para despojarme de la calle, y después fui a mi pieza. Ahí me estaba esperando: el primer ex DT del Club, desahuciado y furioso. Me sacó en cara la desgracia que tuvo que vivir por mi culpa, nadie quiso contratarlo como DT, pasó de asistente a chofer, fue aguatero, entrenador de barrendero y acabó en la miseria, divorciado, sin ver a sus hijos, solo, triste y con una precisa motivación en la vida: cobrar. No tienes idea. Para quitármelo de encima le hice un giro con la cuenta del Club (unos millones conciliadores y respetuosos). Igual me cayó a cornetes, una paliza, y mi mamá me encontró frente al PC, haciendo step para pasar la bronca, y con la cara hinchada y moreteada.

Así empezó todo. Después las fechas se hacen difusas, es mucho tiempo transcurrido, ¿Cuántos años? ¿Ocho? ¿Diez? Terminamos el liceo, yo vagué, tú entraste a la universidad, mientras nuestros equipos se hicieron grandes y nos consolidamos en IV. ¿Ya olvidaste el clásico histórico en la Copa? No creo, prohibido olvidar ese dolor que escuece para siempre. No me gusta refregar, pero sí traer a colación tan buenos momentos. Sólo me faltó ganar la Copa y jugar en la Masters. ¿Notas cómo empiezo a hablar en pasado, dejando irremediablemente las cosas atrás? Esa Copa que se nos fue de las manos...

Pero no es de victorias y derrotas que te quiero hablar. Desde la soledad de mi pieza oigo la noche: mi mamá roncando, un auto volando en la carretera, algún vecino escuchando rock. Sé que esta es la última noche de algo que no sé qué es. Si te cuento lo del ex DT (ya no recuerdo su nombre, ni el de muchos otros, sólo recuerdo caras, funciones, una que otra fecha y cifras), si te cuento es para que te hagas una idea del tremendo peso que llevo sobre mis hombros, para que dimensiones la gravedad del asunto: Hattrick se está metiendo en la vida real, apoderándose de nuestra identidad. Nos hará esclavos de manejar tantos destinos ajenos. El poder nos sobrepasará. Seremos diminutos dioses, miserables y trágicos.

También puedes elegir que la historia te pase por arriba. Yo no. Suficiente aguanté, y lo sabes, así como sabes que en tu propia vida están sucediendo anomalías inexplicables, preguntas sin respuesta que prefieres dejar en el aire. Desde ahora te lo digo: ¡No lo ignores, todavía estás a tiempo! Yo necesité golpes duros para entender, no me bastó con lo del ex DT, seguí jugando con sus vidas, despidiendo y contratando, comprando, construyendo, discriminando, apostando. Seguí en la rueda (al igual que todo este chiquero de mánager tristes con ansias de poder), sin darme cuenta seguí dando vueltas en la maquinaria de la perdición. Había dinero y un proyecto a largo plazo que estaba en su etapa más poderosa. Jugadores de Selección, estadio con 60.000 butacas. La primera promoción para ascender a III fue una derrota humillante, nadie puede negarlo, pero la reacción fue estúpida, de pronto todo el mundo la cargó contra la dirigencia, hubo denuncias absurdas de corrupción y partidos arreglados, nos acusaron de mafiosos. Me tocó visitar la oficina del mismísimo HT-Durelas (cuando el tipo era el brazo derecho del Gran Jefe Supremo de Suecia). ¿Por qué me hicieron pasar tanta penuria? Porque los hinchas no soportan una derrota, caen fácilmente en la calumnia y la falacia. No saben que perder también es un paso hacia adelante, ellos quieren ver sangre, nada más les importa, que siempre corra sangre, que no deje de correr.

Pocos estuvieron conmigo, pero fue mi gestión la que nos llevó a III. De eso nadie quiere acordarse. Yo elegí personalmente los refuerzos, como en los viejos tiempos, yo hice las alineaciones, manejé el espíritu y adiviné a mis rivales, uno por uno, sacamos al goleador y quedamos a 6 puntos del segundo. Nadie quiere acordarse de ese partido de promoción que ganamos 3-1, a estadio repleto, a inolvidables eventos especiales, a fastuosos fuegos artificiales iluminando la ciudad. Nadie quiere acordarse de cómo festejaban en las calles, de cómo Chiloé fue de repente un carnaval que nunca se había visto, cuando vinieron del norte y de la Patagonia, del valle, de Arauco, hasta una caravana argentina de Chubut y Río Negro, de todos lados vinieron al carrete. ¿Cómo no se van a acordar? Nadie volverá a darles eso. Yo lo entregué todo por el Club, jamás me cansaré de decirlo: ignoré las amenazas de muerte para dejarme perder aquel partido, pasé por encima de las verdaderas mafias, le dije No al finlandés del maletín que vino hasta mi propia casa a intentar corromperme con dinero sucio. Arriesgué mi vida para hacerlos felices. Mantuve los principios en alto y así es como me pagan, ¡Sinvergüenzas, degenerados, malagradecidos! III nos complicó la existencia y perdimos una final de Copa, después todo se fue a la cresta del cerro. Pero no fue por mi culpa, ni por culpa de nuestros jugadores o de nuestro escudo verde y rojo, no fue porque dejáramos de amar nuestra camiseta, de pagar nuestras cuotas, de gritar y cantar los 90 minutos hasta quedar afónicos. Nos truncaron el sueño, eso pasó: se vengaron de nuestra falta de respeto.

Un día mi mamá llegó cansada, echando pestes porque el auspiciador no quiso renovar y no había interesados. Temblaron las finanzas. Vino el recorte de sueldos y del presupuesto para mantención de infraestructura, luego el cierre de la Academia de Juveniles, los viejos que jubilaron, el DT más barato y los jóvenes que emigraron para entrenar bien. Una torre de naipes desbaratándose poco a poco. Mi dolor no es regresar a los potreros, porque cuando veo por las ventanas ese montón de canchas, el hotelito, el gimnasio (esa linda y mugrienta Ciudad Verde), cuando siento esta emoción de la historia tengo la certeza de que este Club nació para grande. Esta época oscura no es más que una cuestión de ciclo y renovación, juntar fuerzas. Mi dolor es su desprecio hiriente, su odio obstinado, eso es lo que me duele. ¿Qué van a saber ellos, simples chupasangres adictos al resultado y a la victoria? Pueden quemar un muñeco con mi cara, pueden esperarme a la salida de la Ciudad Verde para insultarme y exigir mi renuncia, pueden apedrearme como hicieron ayer, pero nada me quitará la razón. Esa es mi verdad, la única verdad.

Ahora se escuchan los gritos provenientes de la calle. Esto confirma que lo hablado en las redes sociales no era pura palabra. Ahí viene la manada de orangutanes irreflexivos. Intenté todas las formas de diplomacia y le saqué el jugo a mi retórica, quise creer en ellos y su buena fe, puesto que lo último en perderse es la esperanza (nunca está de más decirlo), pero esa esperanza la perdí esta mañana, cuando leí la noticia que anunciaba mi fin: de alguna parte inventaron papeles falsos y boletas turbias, y quizá con qué artimaña las relacionaron conmigo, con robos a las arcas del Club, con información privilegiada y especulaciones bursátiles, ¡Imagínate el disparate, yo que nunca he tenido un lujo! Desde esta mañana estoy en el ojo de un huracán soplado por mentiras. Todo es una gran mentira, una confabulación horrible, un trance estúpido del que no participaré ni siquiera yendo a tribunales. ¡No les creas nada de lo que dicen! Sabes que siempre he sido un tipo honesto. Si al principio me resistí a creer que existían fue por miedo ante lo desconocido: ¿Quién no se asusta cuando la fantasía deja de ser fantasía y nos vemos, de pronto, desnudos frente al mundo? Yo les dije: ustedes no existen, y se rieron en mi cara y siguieron avanzando. Les remarqué: ustedes son números, un programa computacional, un juego, yo le puse el nombre a su Club. Pero no hubo caso. Llegaron para quedarse.

Ya no tengo nadie en quien confiar, todos me miran con vergüenza ajena, se corren, me evitan. Para todas las personas me he convertido en un bicho raro que repite incansablemente: traidores, cobardes, sucios, los odio, malagradecidos, sinvergüenzas. Aquí están, Hattrick vino para quedarse, ahí vienen, los veo desde mi casa en penumbra: vienen con antorchas, con lienzos y pancartas, con bulla y rabia. Escucho un vidrio quebrarse. En cualquier momento cortarán la luz, saltarán los muros, abrirán el portón para entrar en masa, son tantos que los guardias no podrán hacer nada, vendrán a mi casa para lincharme. Espero que al menos tengan la sensatez de no arruinar las instalaciones, que son el fruto de tantos años de sudor. Buscaré un refugio en algún lugar lejano donde nadie me pueda encontrar. Hasta que pase la tormenta. El Club que se joda, yo me voy, amigo mío, se acabó el tiempo para mí: el más resuelto de la muchedumbre ya está trepando la pared.

2015-05-25 03:55:13, 2336 views

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