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[Concurso] Hattrick y el paso del tiempo

Año 2007. Javier se ha mudado a vivir a su nueva casa junto con su novia. Ha cumplido 36. Se han hipotecado a 30 años. Una lluviosa tarde de octubre teclea en google una combinación de palabras. Busca un juego online, que están muy de moda, de entrenar un equipo de fútbol. Al abrir una de las cajas de la mudanza descubrió en un antiguo bote de cola cao a sus animales Dunkin, aquellos pequeños juguetes de colores con los que organizaba ligas y tanto le entretenían. Luego fueron las chapas, más tarde el primer juego de ordenador mánager, todo en inglés. La liga fantástica de Marca. Finalmente, el PC Fútbol que presentaba Robinson. Pero un día dejó de jugar. Estaba demasiado ocupado en el trabajo, demasiado ocupado en miles de pensamientos ahora olvidados. Pensó que sería divertido, después de más de 10 años, volver a jugar a entrenar un equipo.

La primera opción es Hattrick. Siente un cosquilleo de emoción. Todo lo que lee le gusta. Observa a sus jugadores. Uno de ellos le llama la atención. Parece el mejor y se llama Benedicto Estévez, calvo como él, con cara de buenazo. Días después descubrió que podía abrir un equipo de juveniles. El que mejores condiciones tenía se llamaba Raúl Mestre. Sería bonito que su equipo se nutriera con aquellos retoños.

Año 2008. Su mujer, con aire de enfado, le pregunta a Javier por qué pasa tanto tiempo con Hattrick. No sabe muy bien qué responder. Le entretiene, le gusta, le relaja y le hace olvidar los problemas. Eso le dice, pero se da cuenta que no sabe explicar todavía por qué le gusta tanto ese adictivo juego.

Raúl Mestre ha ascendido al primer equipo. Le enorgullece que a partir de ese momento vayan llegando más chavales que llenen de autenticidad a su plantilla. Benedicto Estévez, por su parte, es el gran capitán del club, un auténtico “santo”, como le apoda, aunque solo sea porque lleve el mismo nombre que el Papa, y eso que él se considera ateo convencido, gracias a Dios.

Año 2009. Sube al Salón de la Fama a uno de sus jugadores más veteranos y queridos: Víctor Moreno Torre. Para él representaba el jugador que implantaba carácter y garra y aparecía siempre en los momentos difíciles cuando más se le necesitaba. Se daba cuenta, también, que ese camino seguiría algún día Benedicto Estévez y no dejaba de entristecerle ese pensamiento.

Hasta ahora su participación en la Comunidad de foros y federaciones era casi nula. Prefería las sombras del anonimato y no llamar la atención. Pero con la creación del periódico The HT Daily’s Sport, su vena de escritor salió y se unió a ellos haciendo los primeros amigos virtuales, de los cuales algunos de ellos serían ya verdaderos amigos para siempre.

Año 2010. Nace su primer hijo, Pablo. Su felicidad se colma hasta límites insospechados. No obstante, su atención al juego empezará a disminuir sin que al principio se dé cuenta de ello. La alineación y táctica después del pañal. Los partidos mientras le da los purés. El entrenamiento al acabar la ronda de gases nocturnos. Los largos paseos con su hijo en la mochila para bebés son horas que antes pasaba ante el ordenador, pero ahora, sin duda, es más feliz.

Año 2011. Inevitablemente su equipo se ha estancado. No parece poder llegar a más. No le gusta mercadear. Le gusta ver crecer a sus jugadores. Le gusta ver más la sonrisa de su hijo y la iluminación de sus ojos al explotar de alegría. Tampoco escribe ya para el Daily’s, aunque fue un bonito proyecto, no lo echa en falta. Si algo echa de menos es volver a empezar en Hattrick, sentir aquel hormigueo tan especial y no cometer los mismos errores y sí los mismos aciertos.

Año 2012. Pensó que ese momento no llegaría nunca. Benedicto Estévez tiene ya, al igual que él mismo, más de cuarenta años y ha llegado el momento de subirle al Salón de la Fama. Le reserva un minuto de un partido oficial para homenajearle. Cree sentir a todo el estadio, que partir de entonces llevará su nombre, levantarse en pie para despedir al jugador más querido del equipo. Mientras escribe los detalles de su carrera no puede evitar sentir los ojos humedecidos. Él, que nunca había llorado ni siquiera con el nacimiento de su hijo.

Año 2013. Nace el segundo hijo de Javier, Pedro. Ahora no tiene tiempo para Hattrick, casi ni para descansar o dormir. Sigue al equipo por medio de su nuevo Smartphone, como si la tecnología hubiese venido a echarle una mano para no dejar de lado del todo a su equipo.

Año 2014. Su equipo envejece. Ya no ficha nuevos jugadores. La decadencia es completa. Además, nunca ha podido llegar demasiado lejos en ninguna competición. Tampoco importa demasiado. Sigue al equipo porque se ha convertido en una parte de su vida y no lo va dar de lado. Tendrá que hacer barbecho, como dicen, y esperar mejores tiempos.

Año 2015. Javier pasea por el parque con su hijo mayor de cuatro años ya. En un momento dado le pregunta: “¿Qué miras en el móvil?” “Pues – duda un momento si hablarle de ello - a mi equipo de Hattrick.” “¿Qué es eso?” Insiste su hijo. “Un equipo de fútbol al que entreno.” Javier levanta la mirada para prestarle toda la atención y éste sigue preguntando: “¿Por qué te gusta tanto Hattrick?” “Pues… - Aquello le deja bloqueado. Eso mismo se pregunta él muchas veces -. No sé… Supongo que porque no quiero que una parte de mí deje de ser como un niño.” Su hijo se le quedó mirando sin entender o comprendiendo. “¿Quieres ver a mi equipo?” Le pregunta. “¡Sí!” Los ojos se le iluminan. “Mira, estos son mis jugadores. Este de aquí es Raúl Mestre. Es una leyenda dentro del club, aunque ya tiene 40 años…”

2015-04-16 12:51:42, 2225 views

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